El escritor ha perdido el apetito de succionar ideas para crear historias.
El dibujante huye de su lápiz, al igual que su creatividad, que se esfuma.
El músico deja de vivir esa melodia que conectaba con su mente.
Y es que todo tiene que acabar.
El explorador se aparta de sus rutas, mirando hacia un horizonte cada vez más cercano.
El aventurero se deja caer encima de sus tesoros, añorando riquezas que su espíritu no puede abarcar.
El caballero guarda su espada, y deja libre su caballo, para que él viva por los dos.
Y es que el límite queda fijado solo al inicio.
El príncipe se despide de su amada, que aún sigue en ese oscuro castillo esperando a ser rescatada.
El rey lanza su corona al lago más profundo de su reino, y su última orden es que nadie más sea rey.
Incluso el villano se queda en blanco, se quiebra su mente perversa al ver que todo mal cuanto quería hacer ya se ha padecido.
¿Pero que hay de ese inicio?
Sólo el que escribe un inicio se condena a si mismo. Una biografía que se termina con la muerte del mismo escritor. Si algo nace, muere. El empeño de las personas por nublar ese evidente final nos lleva a querer evitarlo a toda costa.
Tenemos tiempo de buscar algo que jamás termine. No será ningún "Capítulo I" ni ningún Prólogo. No será un texto, ni una narración. Será una idea que jamás llegará a nacer, por triste que parezca.
Quiero tanto que poco de lo que anhelo sería suficiente para seguir escribiendo[...]
I que és aixó que vols tant VII, allo que tan anheles?
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