No me acuerdo. Esta sería la respuesta más utilizada estos últimos meses. No soy escritor ni nada parecido pero tengo la necesidad de escribir porque algún día no llegaré a acordarme de nada y tendré la curiosidad de saber cómo era mi vida.
He trabajado toda mi vida como mecánico en mi propio taller en un pequeño pueblo cerca de la capital. Era finales de mayo y la gente preparaba sus vehículos para salir de vacaciones de verano. Busqué un mecánico que me pudiese ayudar con el trabajo ya que yo solo no podía. Encontré un chico que se llama Miguel. Había terminado de estudiar mecánica y necesitaba un trabajo para pagar el alquiler del piso en que se aloja. Creo que se les debe de dar una oportunidad a la gente joven que busca empleo. Ellos son los que tienen que tirar adelante el mundo.
A los pocos días íbamos saturados de trabajo y le propuse ir una hora antes al taller para poder reparar tres coches antes de las doce de la mañana siguiente.
Miguel a las ocho abrió el taller y empezó a trabajar. Eran las nueve y media y yo aún no había llegado. El chico llamó preocupado a casa y preguntó a Ana (mi mujer) si sabía algo de mí. Me encontró durmiendo profundamente. Cuando colgó el teléfeno me vino a despertar y me preguntó si tenía que ir a trabajar esa misma mañana. Yo, muy decidido, le respondí que era sábado y los sábados el taller está cerrado. Ana me contó qué le había dicho Miguel. De un salto me vestí y fui al trabajo.
Cuando llegué eran casi las once y el chico se había espabilado comprobando el estado de los coches solo. Estaba un poco enfadado así que me disculpé. Pero no entendía cómo no me acordaba de que esa mañana tenía trabajo, que tenía unos clientes que querían tener el coche listo para las vacaciones. Entonces vi el papel escrito de los pedidos y me di cuenta de que era imposible terminarlos con el horario normal.
Eso sólo fue el principio. Una semana después llevé a mi mujer a comprar en un supermercado y mientras ella compraba yo me dediqué a mirar cosas de pesca en una armería. Soy un gran aficionado a este deporte y no suelo perderme los concursos que hacen. Me decidí a comprarme una caña nueva de esas enchufables, como un campeón. Cuando tuve la caña cogí el coche y me fui a casa. Al llegar, mi hija me preguntó dónde estaba su madre. La miré y le respondí que no tenía ni idea. Ella preocupada y extrañada sabía que la había llevado al supermercado a comprar. Llamó a Ana enseguida y le contó lo ocurrido. Estaba un poco enfadada pero supo que no era una coincidencia todo lo que me estaba pasando.
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