Una serie de escalofríos me acompañaron durante ese día. Deposité mi confianza en él, tenía ganas de verle, abrazarle, tocarle... Le devía una cita. Nos encontrábamos algunos fines de semana por delante de la lavandería y me pedía que quedara con él. No le conocía de nada... pero llevaba cinco meses pidiéndomelo. Al final cedí porque creo que se merecía una oportunidad.
Estaba nerviosa pero contenta. Fui a la estación de trenes a buscarle ya que tuve tiempo suficiente al salir del trabajo. Llegaba puntual desde Barcelona. Por el fondo del pasillo vi su rostro un poco cansado, supongo que era del viaje y de la semana de duro trabajo que ha tenido.
Me saludó de una manera extraña y eso me dolió. Ningún sitio nos parecía el mejor para ir. El que él quería a mi no me gustaba y el que yo quería a él no le gustaba. Así que, sin pensarlo, cerré los ojos, me di media vuelta y me fui esperando alguna reacción de él pero nada ocurrió.
Aun me paso por la lavandería y él está allí. Le saludo e intento tener una conversación, pero o está ocupado o me da la espalda.
Se habrá cansado de esperarme para que me marchara así... Ahora soy yo a quien le gustaría que todo fuera como antes.
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