El soldado miro con despreció por última vez la cara de su enemigo antes de atravesarle con la bayoneta de su rifle. Sono un grito que inundo de terror el ambiente, causandole un enorme dolor al atravesarle el pecho con aquel cuchillo que fragmentaba al instante su corazón. Se puso las manos al pecho a la vez que notaba el oxido dentro suyo, y la sangre empezó a salir a borbotones, llegando incluso a salpicar el uniforme de su asesino. Aquel cuchillo se separó de su cuerpo, manchado entero de sangre, mientras que el hombre del suelo seguia buscando una gota más de vida en ese espacio muerto. Se puso a cuatro patas mientras sangraba por aquel orificio, y se oía a cada pequeño paso que daba el crujido débil de un par de costillas partidas por la mitad. Al fin en pie, se puso frente al soldado, se tapó la herida con una mano y con la otra lo señaló y le dijo:
-Memento mori.
Y no dijo nada más.
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