Aunque era admirado por empresas de todo el mundo, el señor Kauling, no era feliz. Su padre le obligó a estudiar economía para llegar a ser un gran director de la famosísima Casa Bum. Él, sin embargo, quería ser artísta.
Soñaba con crear y expresar lo que sentía a un público pero no tenía el apoyo de su familia. Le tocó estudiar mucho para cumplir un NO sueño.
Abrió la puerta del despacho y cruzó por pasillo saludando con un muy buenos días y una sonrisa en la boca a los empleados, los cuales se quedaron fascinados porque nunca había hecho algo así. Era un tipo bastante antipático, la verdad. Bajó a comprar tabaco en la máquina del bar de al lado y se lo regaló con la misma sonrisa al tipo que odiaba más de la oficina. Mauricio, impresionado por la reacción de Kauling, no quiso preguntarle nada para no estropear el momento. Qué tipo más raro, pensó sin dejar su trabajo.
Entonces, Kauling subió hasta el tejado observando el mundo con el que no se sentía identificado. Quería irse. Él allí ya no hacía nada más. Lo odiaba. Odiaba su vida y su trabajo. No tenía sueños porque se los destruyeron en su momento. Ya no había nada que hacer. Lo tenía muy claro. Era su única salida. Con los ojos cerrados empezó a cantar la nana como su madre hacía por las noches. Echa de menos a la única mujer que ha querido y sabe perfectamente que no puede hacer nada al respecto para volverla a la vida. Abrió los ojos, se acercó al bordillo del tejado y se lanzó.
En su corazón ya no quedaba espacio. El vacío lo ocupaba.
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