Dentro de la vida vemos inicios y finales, cosas que empiezan con nosotros como protagonistas y acaban con más vencidos que héroes. Canciones que aprendemos a tocar y acabamos por abandonar, o libros que soñamos escribir y que aún seguimos soñando con empezar. La pena se debate entre el bien personal y el bien común. Dejar atrás tus propósitos y vestir a tu familia y a tus amigos con la mejor sonrisa que puedas dar, una de esas sonrisas que siempre te toca hacer y que nada significa para ti. Ver cómo pasa el tiempo aprendiendo cosas que no te servirán para nada, y dejar escapar el color y el sabor que te dan las cosas realmente verdaderas. Experimentar el miedo más absoluto día tras día sin saber dónde vas a estar mañana, ignorando lo que te depara el siguiente paso hacia la incertidumbre. Dejarse caer en brazos del amor, siendo éstos brazos de cristal. Siendo incapaces de captar todo lo que pasa a nuestro alrededor, y no nos fijamos en lo que tenemos delante, la verdad detrás de la mentira, la realidad detrás de la fantasía, el daño detrás de la máscara. Ver cosas que ya te han pasado antes, y que sabes cómo van a acabar. Ver el inicio, saber el final. Y por desgracia, debido a mi humanidad, dejar que las cosas pasen. No intentar nada, caer en la impotencia más absoluta y negra que pueda existir.
Pero seguir siendo quien eres, ignorando a propósito lo malo de la vida y centrándote en lo que crees, a pesar de no llegar a todos por igual. Al final te defines, te construyes a ti mismo y te moldeas según cómo sople el viento ése día que llueve esperanza bajo tu cabeza. Escuchar tu corazón y saber que, a pesar de todo, él te dice que sigas hasta que él acabe su trabajo. Saber que vas a contar éste sueño a tus hijos, y crecer junto a todo aquello que una vez fue del color de la vida.
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